El papel de la Estadística en la Investigación Científica
1 Un poco de historia
Podemos retrotraer los orígenes de la estadística a las actividades de organización administrativa de las antiguas civilizaciones. Egipcios, babilonios o sumerios en épocas tan remotas como el año 3000 A.C. debieron enfrentarse al problema de recopilar información que les permitiera saber con qué recursos contaban para hacer funcionar sus sociedades: ¿cuántos hombres podían formar parte del ejército? ¿Cuánto terreno agrícola había disponible? ¿Sería suficiente la cosecha para alimentar al pueblo? ¿Cuando se produciría la próxima crecida del Nilo y hasta donde alcanzaría? ¿Cuántas cabezas de ganado había? ¿Cuántos hijos nacían cada año? Y la pregunta clave ¿Cuántos impuestos se podían cobrar para poder financiar el estado? Téngase en cuenta que en esta época, si bien los servicios públicos eran escasos (en muchas ocasiones, nulos), había que hacer frente al pago de las campañas militares, la construcción de palacios, templos, conducciones de agua, etc.
En realidad todas las sociedades más o menos organizadas a lo largo de la historia han debido dotarse de medios para conocer su situación socioeconómica: en Europa la antigua Grecia, el imperio romano, los reinos medievales, las repúblicas renacentistas, …; en Asia, el imperio chino o el imperio mongol; en América los incas, mayas y aztecas; el imperio musulmán en el norte de África, … En cualquier caso, estas recopilaciones de información socioeconómica no se hacían bajo un criterio universal, siguiendo unos procedimientos más o menos normalizados y comparables entre los distintos estados, reinos, naciones o imperios, sino que cada uno de ellos se las ingeniaba de la mejor forma que podía.
Fue en 1690, cuando el economista inglés William Petty trató por primera vez en su libro Aritmética Política de establecer un cierto orden en el modo en que los estados (en su caso muy concreto, la corona inglesa) debían llevar el registro de los medios con que contaban (tierras, personas, edificios, ganadería, puertos, barcos, impuestos, …). Casi 60 años más tarde, en 1749 el economista alemán Gottfried Achenwall utilizó por primera vez la palabra “Statistik” en su libro “Resumen de la más reciente Ciencia Estatal de las principales naciones europeas y repúblicas para uso en sus Conferencias Académicas”, refiriéndose con este término al estudio de la situación del estado. Así, a mediados del siglo XVIII la palabra “estadística” empezó a usarse para referirse a la ciencia que se ocupaba de reunir, sintetizar y analizar de una manera más o menos estandarizada los datos del estado. No obstante, no pasó mucho tiempo para que este término pasara a englobar cualquier proceso de recopilación y análisis de datos también en los ámbitos de la ciencia o la actividad empresarial. En esa época, ya hacía tiempo que la recopilación de datos había dejado de ser patrimonio exclusivo del estado. Así, por ejemplo, las nacientes compañías de seguros hacían uso extensivo de los datos demográficos que ellas mismas recopilaban; muchos matemáticos de entonces mostraron interés por el estudio de las tablas de vida (cuántas personas vivían hasta ciertas edades, cuál era la mortalidad infantil, cuál era el riesgo de morir por diversas causas,…); las compañías de las Indias (Occidentales y Orientales) llevaban extensos registros de sus actividades, con el claro interés de ajustar su capacidad comercial a la demanda de productos; los astrónomos llevaban siglos compilando extensas tablas de datos sobre la posición de estrellas, planetas o cometas. En resumen, cuando Achenwall puso nombre a la Estadística, en realidad estaba “bautizando” a una criatura que había nacido hacía ya tiempo y que se encontraba en pleno crecimiento.
Mientras tanto, y de manera absolutamente desconectada de ese concepto de estadística como ciencia de los datos del estado, una plétora de estudiosos europeos en distintos países (Italia, Suiza, Países Bajos, Inglaterra, Francia, Alemania) había iniciado el estudio de la probabilidad, muy relacionado en principio con el estudio de los juegos de azar y las apuestas. Una de las primeras referencias en este sentido la encontramos en una carta remitida por Pascal a Fermat en 1654 donde le expone un problema planteado por un amigo suyo, el caballero de Meré. El problema en concreto consistía en decidir si era mejor apostar a que salga al menos un 6 cuando se tira un dado cuatro veces, o apostar a que salga al menos un doble 6 cuando se tiran dos dados 24 veces. En realidad el planteamiento de este problema estaba probablemente inspirado en los datos recogidos por el propio Meré durante sus incursiones en las casas de apuestas de la época (figura 1).